miércoles, 29 de agosto de 2012

Capitulo 3: Tragedia en el Convento (Parte 2)

Estaban tranquilos, la comida que habían sisado a Zacarías no era para ellos, eso les hubiese supuesto incurrir en el tercer pecado capital y la penitencia era dura.
De todas formas no estaban del todo seguros de si alguien les había visto sacando el cochinillo asado por la puerta del almacén. No había sido complicado ya que después del desayuno cada monje se retira a su celda para la sesión de meditación. Toropichón había entretenido a Zacarías interesándose por la forma de preparar un puré de verduras.
- Verás, primero pochas la cebolla y los pimientos con un poco de ajo troceado muy menudo. Luego metes en una cacerola el calabacín, unas zanahorias, bien gordotas, y un buen trozo de calabaza y lo cueces durante unos veinte minutos. Al terminar, un toque de pimienta, pizca de sal y lo pasas todo por ...
- Vale, vale, ya sé a dónde quieres llegar ¡Cazurro!. Además, ¿qué me estás contando si a mi no me gusta el puré de verdura? - Toropichón había visto a Sindulfo salir por la puerta y le había hecho la señal. Se dirigió con paso firme hacia la salida dejando a Zacarías plantado y sin poder reaccionar. Jamás le habían preguntado por algo y le habían dejado con la palabra en la boca.
- Pero si fuiste tú el que preguntó por ... mira el cuervo éste. Será cornudo. Anda y que te la pique un pollo-. Zacarías de inmediato se santiguó y pidió perdón por el repentino ataque de ira, el cuarto pecado capital. Esa noche le tocaría sesión doble de oración.
Fuera, Sindulfo estaba arrastrando el cochinillo a medias de hornear que Zacarías estaba preparando para la comida, a ver qué cara ponía cuando pasadas unas horas al abrir el horno se encontrase con un bloque calcinado con forma de lechón. Era posible que les culpasen, pero no tendrían pruebas, o eso pensaban.
Senén estaba en el establo cambiando el heno de uno de los boxes cuando subieron por la escalera y se encontraron a los mellizos sentados en una de las camas salivando y agitando las manos de la emoción al ver el desayuno que les traían.
- Pues si que tenían hambre, ¿dónde meterán tanta comida?, están en los huesos - Sindulfo no podía dejar de mirar a los mellizos cómo engullían la comida que habían conseguido burlar del control de Zacarías, y eso que estaba a medias hacer.
- ¿Qué, cómo está el gochu? - Preguntó Toropichón salivando igualmente, como si no hubiese desayunado.
- Mmmmm, del gochu hasta los andares, majo. Está un poco duro, pero está sabroso.- Tina hablaba con la boca llena. Nico ni pestañeaba.
- Bueno, chicos os dejamos que tenemos tareas que hacer. No hagáis mucho ruido y procurad que no os vean.
Senén no estaba de buen humor, se le notaba en la cara, otra vez llegaban tarde y ya iban tres veces desde la llegada de Toropichón, pero esta vez no parecía que ese era el motivo de su enfado. ¿Habría descubierto a los mellizos?
- Ya era hora de que llegaseis, hay muchas cosas que hacer. Lo primero es limpiar y ordenar vuestro cuarto porque ese no era el trato que teníamos. Os acordáis, os dije que vuestros aposentos debían estar siempre en perfecto estado ante cualquier revisión por sorpresa, y parece una cuadra. Luego podéis poneros con las bestias y después de comer iréis al pueblo a entregar unas cartas. Ah, y ya hablaremos de estos sables que me andáis dejando por aquí - Toropichón se ruborizó ante tal muestra de descuido, pensaba que las había lanzado todas por encima de la muralla.
Ni rechistaron, inmediatamente subieron a ordenar el cuarto y a advertir a los mellizos que se escondiesen.
Hoy se saltarían la comida, no querían dar la cara en el comedor por si saltaba la alarma del cochinillo. Sindulfo y Toropichón recogieron las cartas que debían entregar y se dirigieron al pueblo para hacer el reparto. No tardaron más de tres horas en el pueblo. Era jueves y no era día de mercado así que había poca gente, hasta les dio tiempo a tomar unas pintas en la taberna el "Felpellu de Oro", famosa por su pincho "Zamarrín de langostino". Gente de todo el condado acudía diariamente a saborear tan exquisito bocado. La taberna estaba regentada por un chef asturiano amante de la cocina tradicional pero que le gustaba dar un toque vanguardista a sus platos.
Camino de vuelta empezaba a refrescar, síntoma de que el sol empezaba a recogerse. Cuando tuvieron a la vista el Convento se percataron de que la bandera ondeaba a media asta, sin duda se trataba de un exitus letalis o algún tipo de problema. La idea de los mellizos pasó por la cabeza de Sindulfo. Al aproximarse a la puerta de entrada, en el margen derecho, había un montón de cuervos en el suelo, encima de un bulto extraño. Arrojaron piedras y los cuervos levantaron el vuelo con un sonoro graznido al unísono. En su lugar, se encontraron a un jabalí muerto ensartado por tres saetas de queratina. Les había tocado el premio gordo. Recogieron el cuerpo y se prepararon para su entrada triunfante en el Convento. Al abrir las puertas, se encontraron una imagen dantesca. Todos los monjes estaban en el patio haciendo un corro y gritando enfurecidos. Dejaron el jabalí apoyado en el muro y se hicieron paso entre la multitud para ver qué sucedía. En el centro se encontraron a Nico y Tina amordazados y sentados junto a lo que quedaba del cochinillo. Los estaban acusando de allanamiento de morada sagrada, robo con violencia y tráfico de estupefacientes (dada la euforia que mostraban los mellizos y las pupilas tan dilatadas que tenían).  Un novicio había visto cómo dos personas arrastraban el cochinillo hasta el establo, pero no había podido reconocerlos dados los cristales de alta graduación de sus gafas. Seguidamente los encerraron en una garita anexa al establo a la espera de que el comisario llegase por la mañana a recogerlos. Sindulfo y Toropichón decidieron no intervenir por el momento y esperar a llevarle el jabalí a Zacarías para ganarse unos puntos y recobrar la confianza maltrecha por el asunto matutino.
Esperaron a que anocheciese para encaramarse a un ventanuco a dos metros sobre el suelo que servía de respiradero a la garita. Desde allí hablaron con los mellizos y éstos explicaron que había sido Senén el que los había encontrado después de haber hecho un registro en su cuarto tras la noticia del robo del cochinillo. Por lo visto al no haber ido a comer, se habían convertido en los primeros sospechosos.
El plan sería que intentarían rescatarlos durante el traslado a la comisaría. Nico y Tina quedaron más tranquilos y confiaban ciegamente en los chicos, no podían hacer otra cosa. Sindulfo y Toropichón se retiraron a su cuarto para idear el operativo que decidieron llamar en clave, "liberar a los pichones". Mañana sería un día muy largo además, si lograban su objetivo, tendrían que dejar el Convento y, posiblemente el país.

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