miércoles, 15 de agosto de 2012

Capitulo 3: Tragedia en el Convento (Parte 1)

Qué bien, comienza otro bonito día. Era un placer despertar con el canto de los pájaros revoloteando en el limonero del patio. Una suave brisa en la cara hace que Sindulfo empiece la mañana con una sonrisa. Se queda contemplando cómo la brisa hace ondear la camisola que está colgada en la percha. En el suelo, un rayo de sol divide la habitación en dos partes de forma geométricamente perfectas. La que pertenece a Sindulfo, que ahora se ha visto reducida desde la llegada de su nuevo compañero, pulcra y ordenada; mientras, la de Toropichón está hecha una pocilga, debe ser el único que en vez de bajar la basura, la sube; por no hablar de su higiene personal que deja mucho que desear. En más de una ocasión Sindulfo juró mandarlo a dormir con los puercos. No notaría la diferencia. Sindulfo acostumbraba a quedarse un rato más en la cama revisando mentalmente las tareas que tenía para el día y luego se levantaba, siempre antes que su compañero.
Ese día no iba a ser distinto, se levantó, se apoyó en la ventana para mirar los pájaros en plena actividad y se desperezó a gusto terminando con una sonora exhalación. En ese momento, por la presión, se le escapó lo que podemos llamar un "trueno mañanero", se había levantado con el muelle flojo. Los pájaros abandonaron el limonero despavoridos, como si de un disparo se tratase. Rápidamente giró la vista hacia Toropichón con mirada acusadora pero, su cama estaba vacía. Tocó la almohada, aún permanecía caliente y su riñonera estaba en la estantería. No podía andar lejos. Se puso los chanclos de cuchar y bajó por la escalera sigilosamente para ver si podía darle un susto. Su gran pasión. Al fondo del establo se escuchaba un chasquido sordo. "Chas, Clac". El sonido era parecido a cuando pruebas una ratonera en vacío par ver si cumple con su función mortífera. Sindulfo se acercó sigiloso y se asomó entre dos tableros para ver de donde provenía ese ruido. Tuvo que enjugarse los ojos un par de veces para cerciorarse de lo que estaba viendo. Toropichón estaba cortándose las uñas con una cizalla de grandes dimensiones y sudaba como un cerdo. En el suelo, los "cuerpos" caídos estaban clavados como si de sables se tratasen, ordenados por tamaños. Los tenía de todas las medidas, colores y curvaturas posibles. Ahora entendía por qué nunca volvía el bumerán con el que había visto jugar a Toropichón días atrás junto a la muralla sur del convento; y lo que es peor, también sabía de donde había salido el curioso cuchillo con el que untaban la mantequilla todas las mañanas (¡puaj!). Se le encogió el estómago.
Una vez repuesto se acercó a Toropichón por detrás haciendo el menor ruido posible. Estaba a punto de golpearle con la pala, cuando una mano diminuta, violácea y húmeda le agarró por la oreja.
- ¡Rediós!- Se giró lo más rápido que pudo tomando como eje el mango de la pala, impulsando ésta hasta  impactar con algo duro al final de su recorrido.
El golpe fue tremendo y resonó en todo el establo. Toropichón pegó un brinco tirando todas las uñas como si de fichas de dominó se tratasen.
- ¿Qué narices haces ahí?- El corazón le iba a mil.
- ¿Qué era eso, lo viste?
- ¿El qué, un maizón con una pala que pretendía hacerme la raya al medio? Te tengo muy visto chavalín, tienes más peligro que una piraña en una palangana.
- No. Aquí hay alguien más, algo me tocó, apenas pude ver ...
- Sindulfo, estamos en un convento. Lo raro sería que estuviésemos solos. Hay más gente aquí que ...
- ¡Calla, escucha!.- Sindulfo le cerró el pico con la mano.
 Al fondo, en la oscuridad,se escuchaba un lamento que parecía del más allá o del más acá porque también se movía.
Se fueron acercando hacia el lugar de donde provenían los quejidos, Toropichón cogió la pala que había dejado caer Sindulfo y lo siguió unos metros por detrás. Una oveja baló de pronto al paso de la pareja, haciendo que sus corazones volvieses a acelerarse. Escucharon algo correr detrás de ellos. No vieron nada. El chirrido de la escalera era inconfundible, alguien había subido por la escalera que llegaba a su dormitorio. Toropichón tiró la pala al suelo con remango y dijo:
- ¡Ya están aqui!- Con la misma salió corriendo del establo poniendo tierra de por medio. Sindulfo, gritando lo adelantó en pocos metros y salió a la luz del día donde empezó a recuperar la respiración apoyando la espalda contra la puerta de entrada del almacén. Se quedó mirando la puerta por la que debería salir su compañero. Al poco tiempo tras el umbral de la puerta aparecieron tres siluetas. Una perfectamente reconocible, era Toropichón; las otras dos, muy similares entre si, lo tenían desconcertado.
- ¡Eh, gallina! vaya forma de correr - dijo Toropichón con una sonrisa de oreja a oreja - Espero que mis amigos no se hayan llevado una impresión demasiado negativa tuya. Sabía que te ibas a cagar del susto.
Sindulfo no daba crédito a lo que sus oídos estaban escuchando. Toropichón se la había jugado y es más había madrugado sólo para eso. Como era posible que había comenzado el día con la intención de darle un susto al mendrugo de Toropichón y que ahora se hubiesen cambiado las tornas.
- Hola, tú debes de ser Sindulfo ¿verdad?. Vaya forma de correr, nenaza. Me llamo Tina y el del chichón en la frente es mi hermano Nico.
- Menudo golpe que me arreaste, tienes buen brazo.
- Tengo buenos reflejos - Sindulfo miró a Toropichón, estaba rojo de ira - Anda vamos a ver a Zacarías a ver si nos da algo para desayunar. Por cierto, ¿éstos qué pasa, se van a quedar aquí también?
- Si, una temporada pero confiaba en que nadie los viese, y menos Senén, nos buscaríamos un lío.
- Tranquilo, yo te cubro, a ver si les podemos traer algo de comer, tendrán hambre.
- Si, por favor, llevamos desde ayer al medio día sin probar bocado - Tina se echaba la mano a la barriga.
- Esperarnos aquí y no hagáis ruido, mi tío está a punto de llegar.

2 comentarios:

  1. Jajaj... una mano violácea y húmeda agarrandoy la orella, que gracia maaadre, jajaj...!

    ResponderEliminar
  2. Jejeje, salen a escena los mellizos. Gracias por el comentario.

    ResponderEliminar