miércoles, 8 de agosto de 2012

Capitulo 2: "Living" Marruecos (Parte 2)

La hora de cierre se estaba acercando. Algunos de los comerciantes ya estaban desmontando sus tenderetes mientras que Giussepe seguía negociando con una de esas clientas que siempre llegan a la hora de cerrar y oye, no falla, día que tienes prisa, día que te llega una pelma de estas. Pulguini iba recogiendo las bobinas de tela para ir ahorrando tiempo según su tío las iba quitando del mostrador para que la señora terminase de decidirse. No quería perder ni un minuto, ni llegar tarde a su cita con la "Perruquera". Después de siete bobinas enrolladas, precintadas y apiladas en el carro para llevarlas de vuelta al almacén, le dio un retortijón cuando escuchó:
- Creo que me gustaba más la primera que me enseñaste, o la segunda, ya no recuerdo, como son tantas. ¿Te importa sacarlas otra vez?.- En su descomunal cara se dibujó una amplia sonrisa mostrando una dentadura carcomida por el paso de los años y una deficiente higiene dental que obligó al asustado  Giussepe a retroceder un paso.
- Como no Señora. Pulguini, por favor, sácame las dos primeras bobinas estampadas en gamuza.
- ¡Gorda toca pelotas!.- Musitó por lo bajo.
- ¿¿Cómo dices??
- Ahora, tío, que las sacos de las bolsas.- gritó desde la trastienda.
Pulguini salió con una falsa sonrisa en la cara y las bobinas en los brazos, había que dar buena imagen, el cliente siempre tenía razón. Desenrolló las telas sobre el mostrador solapando una sobre la otra para que se diferenciasen bien.
- Ay, no se. Estoy indecisa - Giussepe consciente de que se estaba haciendo tarde iba recogiendo las últimas bobinas desechadas por aquella señora que por su parte no hacía más que resoplar y dejar la marca de sus sudorosas manos en el mostrador y en  todas las telas. Hacía mucho calor - Igual eran más sufridas las últimas que me enseñaste, ¿no le parece?.
"Señora si con Ud. sufridas van a ser todas, con esa mata de pelo, el bigote y esa forma de sudar, no hay tela que se resista. Necesitaría un traje de neopreno"- Pensó Pulguini mientras recogía de nuevo las telas recién sacadas, le daban arcadas de lo nervioso que se estaba poniendo.
- Bueno Señora, tiene que decidirse ya, compra o no compra, pero no nos va a tener aquí sacando telas y telas como si fuese Ud. la reina del mambo.- Giussepe se puso serio, Pulguini nunca lo había visto así y menos con una clienta.
- No será para tanto, ¿a qué hora abren mañana?, porque si eso me paso con mi nuera para que las vea.
- No, mire, le voy a proponer una cosas, si se queda con esa que está en el mostrador se la dejo a la mitad de precio para que no tenga que venir mañana otra vez.
- ¿Y no puede ser a mitad de precio una de las que acaba de guardar? ¿puede enseñármelas o...?.
- ¡Ya está bien! - gritó Pulguini sorprendiendo a todos con un salto desde el otro lado del mostrador sorteando telas y pelucas con un triple salto mortal invertido, y sujetando las tijeras de cortar las telas con los dientes a modo de pirata - ¡A tomar viento fresco, Señora! que esto no es la charcutería. Mire cómo nos está poniendo el mostrador, y ¿qué es este olor? ... - Había perdido la cabeza. Estaba claro que la paciencia tenía un límite y que esa clienta lo había sobrepasado.
Giussepe no sabía donde meterse, pero el salto tan preciso del chico lo dejó asombrado. Cómo era posible hacer un salto así con un cuerpo tan pequeño sustentado sobre esas piernas esqueléticas y con el reducido espacio que le dejaba aquella señora para el aterrizaje; señora que salió corriendo espantada por la fiereza de la poseída criatura, a pesar de sacarle tres cuerpos por lo menos a Pulguini. La persiguió dando múltiples volteretas, piruetas y figuras de difícil ejecución, a la par que maldecía y le dedicaba todo tipo de "piropos". La persecución terminó cuando la señora tomó una de las salidas laterales del Zoco donde tropezó con un cuponero que estaba agachado recogiendo sus cosas y ambos cayeron volcando un par de contenedores que parecían estar colocados a propósito. Pulguini aterrizó delante de ellos quedando en cuclillas unos segundos para recobrar el aliento. Se metió las tijeras en el cinturón y se dirigió a la señora haciéndole saber que no sería bien recibida si se le ocurría volver a pasar por el puesto. Ayudó al invidente a levantarse, que no sabía si lo había atropellado un tren, y le compró un par de "rascas" y un "cuponazo" para el viernes.
Al dar media vuelta, entre el público que se había congregado para ver qué sucedía, estaba Aline, fascinada con lo que acababa de ver, sus ojos brillaban de forma asombrosa. Le gustaban los tipos duros y estaba ante un hombre hecho y derecho que sabía cuidar de lo suyo; aunque reconocía que correr detrás de una señora entrada en carnes no era un indicativo de valentía muy ilustrativo.
- ¿Nos vamos? creo que hoy no me cortaré el pelo - Pulguini era una persona distinta. Rebosaba confianza. Toda la timidez que había demostrado cuando la había conocido había desaparecido por completo.
- Claro, vamos.- Aline se agarró del brazo de Pulguini que le temblaron un poco las piernas, pero siguió estirado y a paso firme.
Mientras tanto Giussepe había quedado petrificado. Seguía mirando fijamente el lugar por el que había salido corriendo su sobrino. Esos saltos, esas piruetas, esa agilidad, ... lo tenía alucinado. La señora no se quedaba corta, había tenido los reflejos suficientes para escapar a tiempo. Solo Dios sabe qué pretendía hacer Pulguini con aquellas tijeras. Aún sostenía la ultima bobina en sus manos cuando despertó de su letargo en el momento en que una camioneta atravesó el pasillo central. Se apresuró a cerrar el puesto para ir a tomar una buena taza de té y algo de comer, hoy mas que nunca lo necesitaba.
Aline y Pulguini hablaron durante horas. Primero de los hechos acaecidos en el Zoco, después acerca de sus orígenes, gustos, intereses y todo tipo de banalidades. La verdad que era una pareja un tanto extraña. Ella era bastante alta y le sobraban unos kilos, pelo rizado bastante abundante, ojos vivarachos, boca grande y facilidad para sonreír. El, más bien pequeño, fibroso y flaco como un galgo, ojos inexpresivos, boca simiesca y antenas siempre alerta.
Cuando se quisieron dar cuenta estaba bien entrada la noche, seguían sentados frente a las puertas de la mezquita y apenas había gente por la calle. La acompañó hasta donde vivía junto a sus hermanos y su anciana abuela. Casi los conocía de oír hablar de ellos.
- Bueno, todavía está pendiente el corte de pelo.
- Claro, otro día, mañana seguro que me toca doblar en el puesto. A ver de qué humor está mi tío.
- Venga hasta mañana, que descanses.
- Igual. Buenas noches.

1 comentario:

  1. Se sale que imaginativa más divertida y enrevesada, muy bueno, progresa adecuadamente. saludos!
    http://graphicalview.blogspot.com.es/

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