viernes, 27 de julio de 2012

Capítulo 1. La vida en el Convento (Parte 2)

El momento había llegado, Toropichón estaba ansioso de conocer al que sería su guía en las rutinas del Convento. En parte estaba tranquilo, aunque siempre le había costado relacionarse con la gente. Era una persona solitaria en un mundo en el que las relaciones personales eran muy importantes. Su peculiar aspecto echaba para atrás a muchos y le prejuzgaban antes de tan siquiera darle la oportunidad de darse a conocer. Pero eso le daba igual, era feliz. Ahora por suerte o por desgracia todo iba a cambiar y su tío agregado, Senén, era el responsable.
Se entretuvo observando cómo al soplar un diente de león el ambiente se llenaba de minúsculas esporas algodonosas contoneándose al mismo ritmo, giró sobre sí siguiendo la dirección que tomaban, parecía que querían mostrarle el sendero hacia la entrada del Convento. En ese mismo momento se abrían las robustas puertas de castaño girando ruidosamente sobre sus oxidados goznes y dejando paso a un compacto rebaño de "vacas roxas" capitaneado por un perro negro y blanco a paso ligero. Entre la polvareda levantada por la procesión, Toropichón, reconoció una silueta con sombrero que blandía una vara haciéndola restallar enérgicamente cortando el viendo y al grito de "¡Eeeeeeeeeepa!, ¡Eeeeeeeeeepa!". Sin saber cómo, en un abrir y cerrar de ojos se vio rodeado por el ganado. La comitiva, nerviosa, se separaba ante él esquivándolo en el último momento como las aguas del Mar Rojo con Moisés, juntándose de nuevo tras él. Sólo oía los gritos de aquella silueta, ahora difuminada, que se acercaba y pensaba en la forma que debería presentarse. Era consciente de que la primera impresión era muy importante, lo malo que sólo podía mostrarla una vez y ese era su punto débil. Sopesó hacer alguna gracia, pero decidió mostrarse más serio y cordial. Siguió dándole vueltas a la cabeza repitiendo saludos con diferentes énfasis y entonaciones. La corriente animal en la que estaba metido era hipnótica, había conseguido abstraerse y solo pensaba en no fastidiar esa primera impresión.
 Por el otro lado del rebaño, Sindulfo, que ya había visto de lejos a Toropichón, saboreaba los zurriagazos que le iba a dar como bienvenida. Una sonrisa maliciosa se dibujo en la cara de Sindulfo a la vez que apretó con fuerza la mano sujetando con firmeza la vara. Sería una bienvenida pero de las buenas. 
La primera hostia le llegó por sorpresa, en todo el costado y a la altura de las costillas, apenas la sintió, es como cuando vas corriendo descalzo por casa y por un fallo de cálculo das una patada con el dedo meñique del pie a la pata de la mesa, en el momento no te duele pero a continuación te cagas en toda la familia del dueño de la mueblería, del carpintero, del leñador y del labriego que plantó el puñetero roble con el que estaba echa la puñetera mesa. Toropichón, inocente y sonriente, levantó el brazo derecho a modo de saludo haciendo ver a la silueta que se había equivocado y que por error le había pegado a él, en el fondo le hacía hasta gracia y seguía mostrando esa sonrisa que en tantas ocasiones le hacía parecer tan gilipollas. En ese momento un latigazo apareció de la nada impactándole en toda la mano rompiéndole una uña (menos mal que era postiza y que tenía más de recambio), acto seguido otro en la papada. En realidad no estaba seguro de si había sido uno fuerte que había rebotado o dos. Las hostias le caían a pares o a triples y lo que era peor, no las veía venir. Se tiró al suelo y se hizo un ovillo para aguantar el envite. El rebaño hacía ya un rato que había rebasado a Toropichón, guiado por el eficiente "border collie", mientras Sindulfo fuera de sí, seguía haciendo restallar la vara contra el cuerpo de Toropichón. Estuvo solo un rato más, aguantando la respiración a cada azote, hasta que le dio la risa y tuvo que tirarse al suelo retorciéndose, parecía que se le iba a desencajar la mandíbula. Toropichón esperó a que se le pasase el ataque mirándolo incrédulo desde el suelo, luego se levantó y a duras penas acertó a decir:
- Hola, me llamo Toropichón, ¿qué pasa contigo? creí que me habías visto - le temblaba hasta la voz.
- No, si te vi desde lejos, lo que pasa es que me dije "menuda sonrisa de gilipollas que tiene ese, vamos a gastarle una broma" - le empezó a dar otra vez la risa convulsa - Soy Sindulfo, espero que no te haya molestado.
- Que va, apenas me rozaste - se estaba quitando las maltrechas plumas que no habían sobrevivido al ataque, al principio le parecían pocas, luego se dio cuenta que le había quedado una calva en el hombro - el caso es que me pillaste desprevenido si no te ibas a enterar de lo que es una buena tunda - ahora era a él al que le daba la risa - ¿Nos vamos ya? el rebaño nos saca una buena distancia.
- Sí, vamos. Por cierto, tienes un poco de sangre en la ceja.
Marcharon juntos, Sindulfo a paso ligero y el otro con una cojera transitoria del lado derecho. Al poco alcanzaron el rebaño y lo siguieron hasta los pastos de alta montaña. Furiatu, el perro pastor, sabía bien el camino. Al llegar reunieron el ganado, cercaron el terreno y se dispusieron a tomar un descanso y refrescarse junto a un riachuelo. Toropichón se alejó unos metros hasta detrás de unos arbustos, hacía rato que notaba un tanto húmeda la retaguardia y algo le pesaba tirando hacia abajo de los calzones. Sin darse cuenta cuando la paliza había tenido un accidente biológico. Se los quitó, se ruborizó al ver tal desastre natural, se limpió con la parte que aún mantenida el color original y con ellos en la mano, la misma sonrisa maliciosa que antes tenía Sindulfo ahora lucía en su rostro. Había llegado el momento de la venganza. Cogió un puñado de tierra en una mano y con los calzones en la otra se dirigió hasta donde estaba Sindulfo que se había quedado traspuesto apoyado en un árbol.
- Espero que te gusten los muñecos de barro -. Dijo acercándose. Al llegar a su altura le arrojó la tierra en la cara y empezó a reírse - ¡Toma!, te cacé. La venganza es mía.
- ¡Garrulo!, vaya susto que me diste. Me había quedado dormido - Sindulfo se levantó como un resorte y a cuatro patas sacudió la cabeza frotando el pelo con ambas manos - Bueno, supongo que me la debías.
- Si, ahora estamos en paz, espero "también" que no te haya molestado, toma límpiate que todavía tienes algo de tierra en la frente y en los labios - se le escapó la risa mientras veía a cámara lenta cómo Sindulfo cogía los salpimentados calzones y se frotaba la cara con ellos -. Ahora ya no pudo reprimirse y empezó a reírse con tal escándalo que incluso Furiatu levantó la cabeza para ver qué sucedía.
- Querido amigo, ahora si que estamos en paz. Será mejor que te laves la cara cuanto antes si no quieres oler a valeriana podrida todo el día.- Ahora era Toropichón el que se desternillaba de risa a la vez que intentaba esquivar la furia de la vara de Sindulfo que se había levantado y corría como loco detrás de Toropichón. Era raro, pera a cada golpe que recibía más se reía, no podía parar.
Después de un día agotador lleno de bromas, risas, juegos y persecuciones, a eso de las 21:00 h los dos amigos estaban entrando por la puerta del Convento dando por terminada la jornada de trabajo. Sindulfo se alegraba de que no hubiese ido Senén, se lo había pasado genial y se había reído muchísimo, mas que en toda su vida. Zacarías había salido a recibirles invitándoles a que pasasen por la cocina para comer algo antes de acostarse. Sin duda era el colofón a un gran día.

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