lunes, 23 de julio de 2012

Capítulo 1. La vida en el Convento (Parte 1)

La primavera había llegado, después de un largo y frío invierno era toda una alegría. Primero había sido anunciada por el retorno del canto del cuco, y luego confirmada con el trisar de las golondrinas y su revoloteo eléctrico entrando y saliendo de los nidos construidos en los aleros del claustro. Para Sindulfo era su primera primavera, por lo menos la primera que iba a recordar, ya que aunque había vivido otras, su escasa edad no le permitía tener conciencia de ellas. Era su segundo año en el Convento, estaba contento, pero seguía sintiendo añoranza por su familia y de vez en cuando todavía necesitaba la gastada foto de sus padres para poder conciliar el sueño.
Don Genaro, había preparado con la ayuda de Senén, el palafrenero del convento, un dormitorio en un altillo del establo. No era muy grande, pero era suficiente para descansar a pierna suelta, tenía una pequeña ventana desde donde podía ver la entrada principal y el bosque a la derecha, todo un lujo; al fondo, anclada a la pared, tenía una destartalada estantería fabricada con las viejas duelas de un tonel de vino, y donde guardaba sus escasas pertenencias, algo de ropa, la foto de sus padres, una vela pegada por la cera a un plato, un vaso y un sombrero que había sido de su padre. El problema venía cuando a media noche sentía la llamada de la naturaleza, entonces tenía que bajar a tientas por la vieja escalera apolillada, cruzar dos pasillos del establo y desahogarse en la zona exterior, donde acumulaban los excrementos de los animales; eso era más rápido que cruzar todo el convento hasta las letrinas. No era una distancia muy grande, pero en estos casos ya se sabe, la distancia es directamente proporcional a la urgencia con la que tienes que entregar el paquete. Y en más de una ocasión la entrega era urgente y por si fuese poco, de material frágil, con lo que no le daba tiempo ni a ponerse las botas, bajada temerariamente los escalones de dos en dos y llegaba a la meta por los pelos, hasta ahora estaba teniendo suerte, eso sí alguna vez tuvo que dormir con los pies colgando por haber pisado algún "paquete" de los animales. Otras veces, cuando no calculaba bien porque  estaba todavía oscuro, era algún monje despistado paseando al amanecer el que se llevaba un regalo biológico pegado en las sandalias mientras Sindulfo, escondido, se partía de risa.
Ese día le esperaba una dura tarea con las bestias ya que iban a llevarlas a los pastos frescos de la montaña y eso suponía unas ocho horas de caminata; pero, como todas las mañanas antes de desayunar, no faltaba a su cita con la campana para dar aviso a los monjes de la oración matutina, exactamente a las 05:45 h, como bien le había advertido Don Genaro. Sindulfo siempre desayunaba después de la liturgia mañanera, y después de que lo hiciesen los monjes, ya que también tenía que ayudar en la cocina. Zacarías era un monje bonachón que le gustaba comer más que nada en el mundo. Era el encargado de la cocina así como de llevar el control de las existencias del almacén mediante un recuento semanal, pero como no estaba muy ágil, esa tarea se la encargaba siempre a Sindulfo, a cambio eso si, de una recompensa que casi siempre suponía repetir de postre. Zacarías se portaba muy bien con el chico y hacían buenas migas, estaba pendiente de él cuando Don Genaro estaba fuera del Convento y además le enseñaba muchas cosas. Si Sindulfo se defendía con la lectura y la escritura, era gracias a Don Genaro, pero también a Zacarías.
Sindulfo entró corriendo a la cocina, a través de la puerta que estaba al fondo del refectorio, no sin recibir la correspondiente reprimenda, como de costumbre por correr, por parte de algún monje que ya estaba esperando por el desayuno. Siempre le decían que si tenía que ir corriendo a los sitios, entonces es que iba siempre tarde. Eso le costaría una oración extra vespertina, todo un fastidio después del día que se iba a pegar caminando, pero ya estaba acostumbrado. El desayuno ya estaba preparado cuando Sindulfo al fin pudo entrar en la cocina, Zacarías había madrugado un poco más de la cuenta, en consideración con el día que iba a tener el chico, además le había preparado un hatillo con comida para la jornada. Sindulfo simplemente tuvo que servir las mesas. Ya estaba listo para echar a correr, saliendo eso sí por el almacén para que no le viesen.
Estaba un poco nervioso, hoy Senén no iba a subir a los pastos con él, le había dicho que lo  acompañaría un chico, más o menos de su edad, que era familia de su mujer y que necesitaba trabajo y amigos, ya que estaba todo el día en casa sin hacer nada de provecho. Senén después de mucho rogar al Prior, había conseguido que éste aceptase al chico con la disculpa de que él y Sindulfo no daban a basto con las tareas diarias, a cambio eso si, sería el propio Senén el responsable de los dos chicos, para lo bueno y para lo malo. Ese chico sería Toropichón.

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